Hay novelas que se ven superadas en su texto cinematográfico. Pocas pero las hay. Sin duda, leer El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad no es un ejercicio tan pleno como ver las dos horas y media de la mejor película de Francis Ford Coppola, Apocalypses Now. Producida en unas situaciones excepcionales, rodada casi sin guión, con un Marlon Brando en el momento más maduro de su carrera pero menos centrado y un reparto todo el día abusando de la droga y el alcohol en lo que les parecía unas vacaciones pagadas en un destino exótico, el texto de Coppola fue una buena actualización de las expansiones coloniales del siglo XIX británicas en África expuestas por Conrad por las de Estados Unidos en la segunda mitad del XX. El horror, el horror acabará diciendo Brando en uno de sus mejores papeles como el Coronel Kurtz en esta ficción. Mi explicación de por qué disfruto de cosas así: porque son cuestiones narrativas, que mediante éstas se puede analizar el fondo del cerebro humano sin que nadie resulte dañado y es un buen ejercicio para conectar la amígdala, la pare del cerebro más antigua, con el neocortex que apenas tiene unos cientos de miles de años. Sin embargo, El Monstruo ha estado estos días acechándome y no era el fantasma del Coronel Kurtz.
Un
horror más real y menos literario me ha tocado el corazón y me ha
llevado a escribir esto. No soy una persona morbosa, todo lo
contrario, y cuando oigo temas de asesinatos, violencia y víctimas
apago la radio o paso la página de Internet. Lo hago por pudor y por
respeto a los que han sufrido estos casos. Ahora que lo pienso, sí
había oído hablar de cierto personaje pero mi pudor ante estas
cosas lo había borrado. Estoy hablando de Luis Alfredo Garavito
apodado El Monstruo, un asesino en serie colombiano que,
estando de momento preso, se jacta
aún de haber violado, asesinado y descuartizado a algo más de 200
menores de 16 años
entre 1993 y 1999. Muchos de esos asesinatos siguen sin haber sido
juzgados y muchas de sus víctimas sin identificar. Ocurrió
en un país donde hay muchos niños en la calle que no valen
nada, en un momento de
guerrillas, de escuadrones de la muerte, cárteles de la droga y una
corrupción política galopante que hacía que los esfuerzos
policiales no se ocupara de otra cosa. Este miserable asesino se
aprovechó de estas circunstancias para pasar desapercibido durante
años hasta que saltaron los cientos de cadáveres, no enterados sino
dejados como el mimos
asesino llega a decir. Jon
Sistiaga, para el Canal Cero del cable de Telefónica, le hizo una
entrevista la cual me atrajo
por la personalidad de este malnacido y con una pregunta que me
invadía el cerebro
y que no me dejaba pensar con claridad en otras
cosas más cotidianas:
¿qué demonios puede haber dentro
de la cabeza de un
humano para ser capaz de hacer esto, seguir vivo y no sentir un
remordimiento expreso.
¿Qué
sucedió para que decidiera ver esta entrevista? Escuchar unos cortes
de voz, sin ponerle cara
alguna al individuo en ese
momento, en la que Sistiaga
arremetía contra él durante la entrevista diciéndole que parecía
más un simpático profesor de filosofía que un asesino capaz
de provocar tanto dolor. Como
pude ver luego Garavito reía animosamente en este momento mientras
Sistiaga lo miraba con su ojo derecho dominante sin hacerle gracia lo
que se decía y sin
responder Garavito al
propósito mismo de la entrevista: ¿por qué había sido
capaz de cometer esos actos tan atroces?
Uno sólo de sus repugnantes actos, con mucho menos daño,
ensañamiento y violencia, hubiera sido suficiente para que una
persona con un mínimo de
humanidad viviera amargada el
resto de su vida, o decidiera dejar de vivirla, mientras que, de una
manera fría, Garavito especulaba con su puesta en libertad en un
país como Colombia que, haciendo gala de un código penal
civilizado, no contempla la cadena perpetua ni la pena de muerte. He
pensado, por ejemplo, hasta
qué punto no habremos
fracasado irremisiblemente como humanidad y lo imposible de ser
verdaderamente humanos en
algún día cercano.
Jon
Sistiaga acusó en un momento, editado en
los cinco minutos finales del
vídeo donde va la
conclusión, que si Garavito
le estaba manipulando. En un montaje teatral el presentador y
director de la entrevista se levanta y deja con la palabra en la boca
al asesino. Momento que me dio mucho qué pensar: no sólo aquellas
palabras de Garavito sobre el profesor enrollado de filosofía me
manipularon para buscar la
manera de ver lo que tenía
qué decir este desgraciado asesino
sino la misma productora del
programa por incluir una entrevista en un medio de radio y por el
montaje de la misma completamente teatralizado. Respeto a quién le
interese estos géneros y puedo decir que hasta me puede
parecer algo informativo el
programa pero, desde mi punto de vista, no se
deja de abusar de la
manipulación y el sensacionalismo. Se decía,
por ejemplo, que Garavito era el mayor asesino en serie de la
historia de la humanidad como si toda la historia estuviera
fehacientemente documentada y como si, por ejemplo, muchos
castellanos a título personal no hubieran asesinado a cientos y
cientos de indígenas en el territorio mismo donde cometerá
sus horrores Garavito quinientos años más tarde. Por mucho que la
factura del programa la pague Telefónica ese tipo de cosas, bajo mi
punto de vista, sobran. Se pueden vender las cosas sin morbo y ya
tengo claro que, nuevamente,
por éste
no voy a volver a ver este tipo de productos primero porque no me han
ido nunca y, segundo, porque ahora lo que busco es la vida
y huyo del dolor como alma
que persigue el
diablo.
Sigo
sin haber hallado la
respuesta que me llevó a ver esta entrevista y que se encendió en
mi cerebro al escuchar el nombre de Garavito, al ver el modo de
psicópata de actuar y la
absoluta falta de empatía que se puede llegar tener respecto al
dolor ajeno. Yo he hecho daño, a mi me lo han hecho muchas veces y
he observado el placer por el sufrimiento
provocado que sentía este asesino sobre sus víctimas sintiendo
la falta de piedad hacia mi dolor salvando
las distancias, pero cuando
me he dado cuenta de lo que
he podido hacer he generado
remordimientos que me van a
acompañar toda la vida. Y no
he matado ni mataré a nadie.
Precisamente, lo que quería saber es por qué se puede provocar un
dolor tan intenso en otras personas y sentir un
inmenso placer con ello. No
lo sé ni ya quiero saberlo.
Quizá la
respuesta que me he encontrado
es la de reforzar
algo que llevo mucho tiempo pensando: que nuestra sociedad está
enferma, que los sentimientos de con-pasión
han dejado de ser socialmente adaptativos y que seguramente no
tendremos remedio, por lo menos durante unas cuantas miles de
generaciones más.
Estas
muertes absurdas, ver a algunos familiares exquisitamente
elegidos para servir a los fines de la productora exponiendo que
nunca volverán a ser normales
y sentir que me pasan cosas buenas, que me precio de tener el cariño
de personas que son generosas con sus sentimientos y la posibilidad
de pasear todavía bajo el sol muchos días hacen que me precie en
tener gratitud por algo: en el que estoy vivo, soy afortunado, puedo
disfrutar de las pequeñas
cosas y todos los días soy capaz de reír. Y,
sobre todo, de buscar otras cosas que me producen más alegrías en
un tiempo que parece que decir que agradeces lo que tienes y te
sientes alegre produce hasta
envidia. El
horror de los cerebros enfermos, nada empáticos, que disfrutan
porque
no estás
bien y del daño que hacen. Huyo de ellos, sin lamentarme de los que
no huí en su momento.