31 agosto 2015

El naranja es humildad



Cuando me enteré de la trama principal de la serie Orange is the New Black, una pija neoyorquina ingresa en una prisión Federal 15 meses por un delito de tráfico de drogas que cometió diez años antes a pesar que está reinsertada en una vida normal, me pareció que un argumento así, tres temporadas renovada a una cuarta, no podían dar para tanto y que sus guionistas y la productora extendían la trama para vivir de ello. Sin embargo, las buenas críticas y el sello de es vídeoclub online que está revolucionando la froma de ver televisión, Netflix que ha hecho otra maravilla llamada House of cards, me hicieron, en buena hora, acercarme a ella.
En primer lugar el tiempo en la cárcel, en esta cárcel en concreto, no pasa igual que fuera de ella y las cosas se relativizan a niveles casi cuánticos. Lo que más se me ocurre es el símil de una persona que pasa depresión durante años y tiene que vivir con esta enfermedad a todas horas cada segundo del día y el se le hace infinito. En segundo lugar lo que al principio se presenta, adrede, como una trama de unas malotas tatuadas metidas entre rejas, una pobre chica inocente y un sistema penitenciario absurdo pero recto y necesario va evolucionando de este maniqueísmo idiota hacia una realidad de personajes complejos, con sus momentos buenos pero con sus miserias independientemente del bando en el que estén y gracias a ello la trama cobra gran interés.
Ésta comienza centrada en el personaje de Piper Chapman, basado en una mujer real que pasó por una situación similar y que escribió unas memorias que se acabaron convirtiendo en un éxito de ventas, que deja fuera de la prisión al hombre con el que se va a casar, cuyos últimos pensamientos antes de ingresar son que se va a perder varias generaciones del iPhone y le pide a su novio que la espere para ver juntos Mad Men, que las otras reclusas le dan miedo y que encuentra a la novia traficante con la que tuvo un romance diez años antes y que la ha llevado a prisión pero se va diluyendo dentro de la cárcel donde todas las reclusas, independientemente del delito que han cometido, son iguales. Hacia la mitad de la primera temporada Chapman nos da la clave de lo que es una prisión no sólo en la serie sino seguramente de las prisiones en la vida real: aquí dentro todas somos iguales sin importar lo que hayan hecho o si en verdad lo han hecho por lo que se habla más de que la gente está allí por haber cometido decisiones equivocadas que por ser delincuentes. Durante los sucesivos episodios, un poco nos recuerda al estilo de la malograda serie Lost, vemos flashback que cuentan la vida de las protagonistas antes de ingresar en prisión, lo absurdo del sistema americano y que el 90 por ciento de las reclusas están allí por temas relacionados con las drogas. Esas sustancias que cruzan la frontera de México, por ejemplo, provocando decenas de miles de muertos al año para que los norteamericanos medios se droguen y diviertan en sus fiestas porque tienen derecho a ello pues son la mayor democracia del mundo cuando lo que son es el país más corrupto del planeta.
Ya dije más arriba que las cosas en prisión se relativizan. Un cepillo de dientes que aquí tiramos cada mes a la basura allí es un objeto muy valorado, puede hasta hacerse un arma con él, los funcionarios tienen sus miserias fuera y dentro del penal y se aprovechan de algunas presas para tener relaciones sexuales gratis, los psicólogos de la prisión acaban yendo a ver a otros psicólogos y los cargos intermedios aspiran a trepar. La directora de la prisión, por ejemplo, debe su tren de vida a que desvía fondos a sus cuentas privadas y financia la campaña de su marido que aspira a ser Senador por New York y vemos como las contratas privadas, que son las que gestionan la prisión por concesiones del Gobierno Federal, escatiman en gastos y adocenan a personas en verdaderas jaulas para que su cuenta de resultados se incremente cada ejercicio fiscal. A pesar de estar viendo una serie de ficción, eso de basado en hechos reales es una falacia para vender más pues lo que vemos es ficción pues ha pasado por un sistema de producción y unos guionistas, hay una pregunta que está todo el rato en el aire: ¿hasta qué punto la mayor democracia del mundo prefiere seguir manteniendo ilegales las drogas pues éstas son el mayor negocio de las mafias, de la corrupción y hasta del sistema carcelario pues si fueran legales las prisiones quedarían casi vacías? Es una pregunta muy compleja que no tiene una respuesta fácil y que, simplemente, prefiero dejar abierta.
Las reclusas son las que nos dan la mayor lección de vida de toda la serie. Están organizadas por clanes: latinas, afroamericanas, religiosas peculiares, cocineras, lesbianas, señoras o heroinómanas. Tienen que sobrevivir a un ambiente hostil y duramente represivo, ahí Foucault en Vigilar y Castigar tendría mucho qué decir, pero que sin embargo, y ya digo que independientemente del delito que arrastren aunque hayan matado a personas, se permiten el lujo de tener gestos de humanidad con sus compañeras, que ya quisieran muchos de los que están fuera, porque es una forma más de sobrevivir y, por qué no, de expiar sus delitos aunque intuyamos que muchas, cuando cumplan su condena, volverán por allí. Orange is the New Black es una serie que no sólo nos permite pasar un rato entretenido, yo la considero una falsa comedia porque habla de dramas en primera persona, sino que bien vista nos permite pensar sobre muchas cosas como por ejemplo dar valor a todo lo que tenemos y es una verdadera y sincera lección de humildad pues nada es blanco o negro y las personas somos muy complejas. Es pura humildad en naranja.