Tuve
un amigo que hace unos buenos años se suicidó. Se tiró de un
puente y creo que quedó hecho añicos. Dicen que contaba a sus
colegas más cercanos que iba a hacer puenting cuando este
deporte snob se estaba poniendo de moda. A parte de un ser
extraordinario tenía un sentido del humor negro muy avanzado para su
edad. Padecía una enfermedad mental que se estaba cronificando y un
día agotado de este mundo no pudo más e hizo lo que hizo. Ambos
éramos de natural tímido, hablamos pocas veces en el instituto,
pero siempre nos saludábamos con cariño. Recuerdo perfectamente la
última vez que lo vi. Las calles estaban desiertas porque estaban
echando por la tele un enésimo partido del siglo de fútbol y nos
cruzamos de frente pero desde aceras opuesas. Nos saludamos con un
hasta luego y un gesto de manos de cada uno. A los días
me enteré que se había matado, su caso salió publicado en el
periódico donde, por protocolo, publicaron sólo sus iniciales. Tres
letras que separaban su muerte de mi vida que todavía dura. Millones
de veces he pensado lo mismo: aquel día debí de haber cruzado la
calle, haberme acercado a él, estrecharle la mano, preguntarle cómo
estaba y contarle alguna tontería que yo estuviera haciendo. Es
lo que, de manera natural, hacen las personas que son corrientes y no
absurdamene tímidas como éramos nosotros. Todavía recuerdo la
sonrisa que me dedicó y el brillo de sus ojos detrás de sus gafas
pues ya había oscurecido y las farolas de luz naranja transforman
las cosas aunque nos hayamos acostumbrado a este hecho.
Este
muchacho, al que no asistí a su entierro no sólo porque no me
enterara a tiempo sino porque era una vergüenza, me enseñó una
lección que jamás olvidaré. Cuando te despidas de alguien que
quieras y le tengas cariño hazlo como si fuera la última vez que lo
vas a ver. A veces me olvido de este axioma y noto que me he
despedido de alguien con poco mimo: un compañero que se va del
trabajo antes que tú y sale corriendo, alguien que ves por la calle
y le dices que ahora no puedes pararte porque tienes
prisa o simplemente porque la vida está compuesta de despistes y de
errores. Yo también soy de aquella manera pero a veces me
intranquilizo cuando me he despedido mal o he acabado discutiendo por
algo que es una tontería. No estoy en época de mirar las esquelas
para ver quién ha muerto en el bar mientras desayuno no sólo porque
ya no miro prensa en papel sino porque mi natural no es morboso.
Pienso que si ahora muero pronto me olvidarán, es una forma de
sentir el mundo en el que encajo como una partícula más sin
importancia y que sin mi todo seguirá igual. Sin embargo, hasta que
el tiempo lo oscurezca todo recordaré a aquel muchacho que se tiró
del puente. Te puedo contar un secreto ahora que el que quiera nos
puede leer: si ves que te sonrío al marcharme es que te quiero más
de lo que piensas. ¡Hasta luego!