Según los antropólogos, hay un puñado
de gestos humanos que se podrían
considerar universales e interculturales. Expresiones
como las de asentir, discernir, saludar, despedirse o mostrar el asco
si bien no son idénticas en todas las culturas si que pueden ser
comprendidas por personas de costumbres o modos de vida diferentes.
Luego está, sin duda, el gesto de que cualquier niño de cualquier
parte del mundo que cuando ve un charco querrá saltar dentro de
éste. No les voy a hablar del relativismo cultural sino de lo que me
pasó hace pocos días caminando por las calles del centro de La
Laguna. Había estado lloviendo hacía pocos minutos y la gente
aprovechaba que se había quitado la lluvia para seguir su camino,
sus compras en realidad, y como a mi no me gustan los paraguas y no
salí preparado de casa para la lluvia estaba mojado por todos lados
menos por uno llamado sombrero pues el que tengo tiene una capa de
Goretex
que hace que el agua se repela. De repente vi a un niño de unos tres
años que se acercaba a una tapa de una alcantarilla donde se había
formado un leve charquito y dio un salto que acabó salpicándome los
pantalones. Mi lema en estos tiempos es que una
raya más o menos en un tigre
es algo que no se nota. Me empecé a reír, miré hacia los padres
que parecían que iban a reñirlo y con un gesto de hombros les dije
que no tenía importancia. Mientras me alejaba, seguramente, el niño
alentado por la picardía de mi sonrisa se quedó un rato saltando
compulsivamente en el charco y estuve un rato riéndome solo. Como me
gusta pasear tarde con las calles del centro completamente vacías vi
varios charcos parecidos a los que tanto divirtieron al pequeño y me
puse a saltarlos como él hizo esa tarde. Debo reconocer que esta vez
iba mejor equipado: llevaba botas de montaña, gabardina y gorro.
Durante
la vida hacemos no sólo charcos sino que me atrevería a decir que
hasta lagos y mares de lágrimas. Si son pequeños saltamos sobre
ellos y seguimos hasta el siguiente intentando pisar siempre tierra
firme tratando de huir de aquellos que son mayores para no ahogarnos
con ellos hasta el cuello. Este es un mundo de traición, de palabras
falsas, de mentiras de todo tipo, de falsa felicidad, de hacer lo que
los otros quieren que hagamos y no lo que nos da la gana, de
relaciones falsas y de empatía nula. He decidido que la risa que
vale es la de los niños, que pronto serán adultos como todos
nosotros con nuestras imperfecciones, antes que las risas falsas que
veo en mucha gente mayor provocada por placebos como el alcohol, las
compras compulsivas, el sentarse en una terraza con una botella de
cava barato metido en un cubilete como algunas veces he visto, de la gente que le gusta ostentar con su ropa cara comprada en
oulets
o exhibir teléfonos que les quedan grandes como si de repente un
marido torpe en la cama aparece con el pene de un actor porno al que
no sabrían manejar porque se les queda grande
en todos los sentidos.
La vida
es, básicamente, dolor. El negocio del siglo son las farmaceúticas
que les interesa tener cronificadas enfermedades como la depresión,
el sida o determinadas patologías porque lo que deseamos los humanos
es saltar en los charcos pequeños que nos salpican antes que
hundirnos en océanos de lágrimas que nos ahogan. Nos enseñan
conocimientos como las matemáticas, sin conectar con la música, a
leer y a escribir, sin jugar con la poesía de las palabras, pero en
esta sociedad no se nos dan pautas para tener una mínima
inteligencia emocional y sí a abandonar la sinceridad de un niño
por la hipocresía de un adulto que tiene que demostrar que es feliz
aunque las farmacias están llenas de docenas de marcas de
antidepresivos. La educación destruye la creatividad de un niño y
nos hace adultos conformistas, consumistas, presuntuosos pero,
irremediablemente, infelices.
Definitivamente
ahora ando buscando al niño que dejé de ser hace ya algunas décadas
como, por suerte, he vuelto a encontrar a mi amiga Isabel, Nona para
sus amigos, que reencontré estos días después de un
distanciamiento, con una buena de cosecha de dolor por cada una de
nuestras partes, y a la que dedico esta entrada de este blog.