El
pasado Primero de Mayo de 2014, Día del Trabajo en un país que
tiene seis millones de desempleados gracias a las reformas laborales
del PP y PSOE, se batieron una serie de récord. Al ser festivo y
coincidir el buen tiempo después de un invierno lluvioso las playas
estaban más llenas que nunca. Igualmente
muchos alojamientos turísticos ya
que
era puente en algunas regiones y con ello crecieron
los
desplazamientos en carretera con un parque móvil envejecido gracias
a la crisis porque la gente ya no puede renovar aquello que fue el
símbolo del triunfo durante la burbuja: el coche. Al mismo tiempo, y
a pesar del alto grado de cabreo social existente, a las
manifestaciones de los grandes clanes sindicales, CC OO y UGT, no
acudía nadie, ni siquiera los vendidos de sus liberados, como si
fueran éstas
procesiones
el aula vacía de los cursos con los que se han financiado
ilegalmente estas organizaciones. Un fracaso en toda regla de estas
mafias del empleo del que la clase trabajadora deberíamos aprender
una lección: ya está bien de que estas
organizaciones criminales
nos organicen la representación en
el mundo del trabajo
porque estos nuevos tiempos implican una nueva forma de
representación laboral alejada de estos
sindicatos
corruptos,
burocratizados
y mercantilizados.
Sobradas
son las críticas al sindicalismo vertical que hacen CC OO y UGT,
tanto mías en este blog pero sobre todo por gente más competente
que yo en estos años en
múltiples foros,
y si algo de original quiere tener este texto es señalar algunas
vías de representación sindical alternativas a las tradicionales
porque, hoy más que nunca, los trabajadores debemos estar
organizados para luchar por nuestros intereses y no por los de
los privilegiados sindicalistas
como hacían los delegados de CC OO en la Caja Madrid del PP cuyo
hundimiento nos ha precipitado a un abismo sin marcha atrás y
de
consecuencias imprevisibles.
Sin
descartar el por
completo el sindicalismo
que hacen algunos pequeños que se desenvuelven
entre la coherencia y la burocracia del sistema, sin duda, con todos
sus defectos que son muchos, hay que elogiar al sindicato histórico
CNT que con más de un siglo de existencia siguen coherentes a su
modelo libertario y contrario a pasar por el aro de los sistemas
representativos. La CNT fue reprimida tanto por las dictaduras de
principios del siglo XX como los gobiernos de izquierda de la Segunda
República pero sobre todo por el franquismo pero siempre
este
modelo, y su forma de hacer sindicalismo, han sobrevivido todos y
cada uno de los días desde su fundación en la Barcelona industrial
de 1910. Sin duda nunca
harán
los grandes discursos que hacen los miserables de Toxo y Méndez pero
sin duda sus logros, a su modesta escala, son mucho mayores que los
que logran el sindicalismo vertical posfranquista que recordemos que
se mueve sobre la siguiente
máxima: Marcelino Camacho pasó décadas en la cárcel para que los
que lideraron después CC OO negociaran su vidorra con los derechos
de la clase trabajadora y para ayudar en el hundimiento de Bankia.
Los éxitos de la CNT son dos: autogestión alejada de las
subvenciones públicas que acaban comprando voluntades a costa del
contribuyente y trabajo duro a pequeña escala allí donde fundan una
sección sindical con un componente de solidaridad desconocido en
nuestra sociedad.
El
fracaso de CC OO y UGT, de toda la burocracia que estas
organizaciones acarrean en realidad, no significa que el sindicalismo
entendido como la representación de los trabajadores que sólo tiene
su fuerza de trabajo con la que comerciar con los empresarios haya
fracasado también. Todo lo contrario. El fracaso viene impuesto a la
sociedad en general que, tras la inacabada Transición del
franquismo, la casta política heredera del dictador supo hacernos
creer que la democracia era
esto
creando un modelo a conveniencia de las élites dirigentes. El
resultado es una sociedad que nació cansada, sin interés por el
nosotros
sino por el beneficio egoísta trepando y escachando a los demás
cuando
hacía falta
y con un osado
analfabetismo
político y una falta de consciencia de clase sin parangón en las
sociedades más avanzadas de nuestro entorno.
La
situación es muy complicada, para que nos vamos a engañar. La
mayoría de las personas que ahora están viviendo en una situación
de precariedad a causa de esta estafa de crisis lo que más
desearíamos
es
esto
pase,
como si la situación no fuera tan grave cómo es, para volver otra
vez al nivel de vida imposible e insoportable que se daba en esta
sociedad hasta 2007. El sistema político y sus órganos colegiados
de representación, los partidos políticos, las organizaciones
sindicales, las ONG subvencionadas y las organizaciones
empresariales, son un régimen que sólo prima
los intereses de los privilegiados y que, según parece, está
tocando a su fin. Un
final que por la experiencia histórica en siglos de este tipo de
sucesos no va a ser pacífico, desgraciadamente.
Aún así, más que tenerle miedo al
futuro, que representa a lo nuevo, lo que debemos es superar el miedo
a este presente que se nos antoja miserable e infame.
Con
unos medios de comunicación controlados, vía deudas financieras
imposibles de pagar, por la banca es muy difícil hacer que la
sociedad cambie mientras la opinión
pública
sea la opinión
publicada
de estos medios que se sitúan en las antípodas de las necesidades
reales de esta sociedad. Nada puede se más revelador que la
observación de cómo se demonizan los colectivos sociales surgidos
en torno al 11M o se tachan de locos o se apela a la gordura de
personas que en otras sociedades más decentes serían ejemplo
social de decencia
como Elpidio José Silva o Ada Colau. Y sin embargo no nos cabe otra
fórmula en un régimen que esta podrido y se hunde amenazando
llevarse a millones: el de tomar las riendas del poder de manera
directa, profundizando en la verdadera democracia que nunca hemos
tenido. Muchos de nosotros no lo veremos y seguro que este proceso
será largo, complicado y con muchas traiciones pero, sin duda, el
mejor lugar para empezarlo es en el entorno de las relaciones
laborales ya que, cuando lo hacemos, es en el trabajo dónde pasamos
nuestra mayor parte de nuestra
vida.