El
mejor libro de texto no es aquel que está realizado por una
multinacional del sector, el gran Grupo Prisa que al final resultó
tener los pies de barro nació de una editorial modesta de libros de
texto como Santillana dirigida paternalmente por Jesús de Polanco en
sus comienzos, sino aquel se realiza en el aula en el proceso de
enseñanza
aprendizaje
entre unos alumnos inquietos y un profesor consciente de su
importancia como educador. Tengo un amigo que es maestro de primaria
que me dice que aunque existe gente muy concienciada una parte muy
baja de la condición humana se la ha encontrado en el grupo social
del profesorado. En éste se da la terrible paradoja de que los que
llegan los últimos al centro asumen los puestos de trabajo con
alumnos más complicados que aquellos que llevan tiempo y que acaban
dando clase a los cursos más suaves. Imagínense ustedes que un
médico recién salido de la facultad lo ponen a tratar enfermedades
cardíacas complicadas mientras que los que llevan años ejerciendo
la profesión están con patologías más simples que se curan casi
con poner
una tirita para
decirlo un poco gráficamente. El nivel de mortalidad en centros de
salud y hospitales sería altísimo como altísimo, y crónico, es el
nivel de fracaso escolar entre nuestros jóvenes sin duda por muchos
motivos que ahora no vienen al caso pero también por esta actitud
cómoda de muchos supuestos enseñantes y por unas leyes que,
tristemente, amparan estas prácticas. Este amigo siempre me cuenta
el caso de que en el IES Alcalde Bernabé, que está en Santa Cruz al
lado del Mercado Municipal, donde los profesores en asamblea
decidieron dedicar unos terrenos del centro destinados en principio a
un huerto escolar para hacerse un parking porque ya conocemos esa
terrible necesidad humana de dejar el coche a los menos metros
posibles de donde vaya uno a estar moviéndose.
Afortunadamente
no todos los profesores son así. Yo tuve el lujo de contar hace
algún tiempo con una profesora llamada Isabel Duque que en la
asignatura de Historia de la Filosofía ella, junto con otros
profesores de otros centros, elaboraban y perfeccionaban su propio
libro de texto consistente en fotocopias de textos claves de la
filosofía, un cuestionario sobre la compresión de dicho texto para
elaborar en casa y clases en las que los alumnos debatían las
lecturas y ponían en común todo lo aprendido. Esto sucedía en una
etapa que, a día de hoy, para nosotros sería prehistórica: casi
nadie tenía en casa un ordenador, Internet era una realidad pero en
manos de las élites sin transcender al ciudadano medio y el único
medio de transmitir información escrita a distancia no era el correo
electrónico sino los faxes que eran caros e inaccesibles para la
mayoría. Si mi amiga Isabel Duque, les recomiendo su
blog una
de
jubilada
pues si bien el sistema educativo perdió una gran profesora los
amigos de la red hemos ganado una buena blogera, y sus compañeros
podía trabajar con esta metodología cuando las comunicaciones eran
analógicas y, por tanto, más lentas, cuánto más no se podría
hacer hoy algo parecido no sólo tan digno sino hasta mejor gracias a
que el alumno puede ser capaz de ser una parte activa en todo el
proceso de enseñanza aprendizaje siendo hasta posible elegir los
contenidos que más le interesa partiendo, siempre, del currículo
marcado por el Ministerio de Educación.
El
mundo del libro se debate ante una desaparición completa tal y como
lo conocíamos hasta ahora. Se tuvo la experiencia de la
digitalización de la música que acabó con el tradicional sector
pero nadie, desde los editores hasta los libreros, fueron capaces de
aprender de aquella experiencia por lo que este es un mundo que se
extingue a pasos agigantados. Estos días de principio de curso hemos
escuchado como Remedios Sosa, Presidenta de la Asociación de
Libreros que con este y otros cargos está intentando salvar su
negocio particular que es ese fraude subvencionado llamado Centro de
la Cultura Popular Canaria, defiende la cadena de valor del libro,
escritor, editor, distribuidor y librería, a pesar de que esta ya
tenga los días contados no por amor a la cultura sino porque el
sistema, tal y como está montado, reporta todos los principios de
curso un dinero fácil a libreros que, normalmente, perdieron hace
mucho su labor cultural ya que en el caso de los libros de texto se
obtienen grandes beneficios con sólo unas semanas de trabajo en las
librerías ya que el libro de texto es un productos que de una o otra
manera cientos de miles de familias deben consumir lo quieran o no.
Este
principio de curso hemos visto como la policía disolvía mercadillos
de libros de texto que se montaban en plazas públicas o como esta
misma madera reprimía a jóvenes que intercambiaban libros de texto
por fuera de colegios. Esto no sólo no va en contra de cualquier
sentido de la libertad en la educación sino que es un burdo intento
de preservar los privilegios de una organización como son las
editoriales de libros de texto que, como ya he dicho al principio,
han sido capaces de forjar grandes imperios de comunicación gracias
a ésto y a la connivencia con partidos políticos como el PSOE.
Afortunadamente esperemos que la crisis irreversible que se arremete
contra el sistema editorial haga que en el mundo del libro de texto
el pastel de las fortunas que las familias pagan todos los años por
los libros de sus hijos no vaya a parar a los llamados operadores
globales, Amazon, Apple y Google, sino que sean el profesorado y el
alumnado los que sean capaces de elaborar, en un futuro cercano, sus
propios materiales escolares y dejarlos, con licencias abiertas, para
que se mejoren gracias al uso y a las aportaciones futuras. Esto ya
se está
haciendo en un puñado de centros escolares
y, esperemos, que esta tendencia vaya a más los próximos cursos
hasta terminar como ese vestigio del pasado llamado libro
de texto
que tantas desigualdades generan en nuestra sociedad todos los años.