Pocas cosas hay más
repugnantes que el concepto de caridad que hemos
heredado del mundo
cristiano: al contrario de tratar de resolver el problema de la
pobreza de raíz prefiere perpetuar éste pues en el fondo el placer
del católico más ferviente es paliar temporalmente el sufrimiento
del prójimo, en un paroxismo de hipocresía autocomplaciente
profunda, antes que desear que se produzca un acto de verdadera
justicia social. La limosna, o el telemaratón solidario de Mírame
TV por el que absolutamente todas las fuerzas sociales y políticas
de Tenerife han pasado por el aro del chantaje ya
va para un par de ediciones,
apenas si palían unos pocos minutos de la vida de ese
pobre que lo
seguirá
siendo
y
que se convierte en el objeto que justifica la existencia para el que
hace, hipócritamente, la dádiva.
Hay mucha gente que va por
la calle y pide para todo: para la guagua pero que se enfadan cuando
les dices que se cuelen en el tranvía, para un café, para comer,
para drogarse, para gasolina, para las medicinas de los niños o para
una cerveza pero yo sí que tengo una cosa clara, como mismo ésta
gente pide libremente para lo que en el fondo les viene en gana yo
soy igual de libre para no dar nada y así hago por sistema y
siempre que puedo.
Eso sí, tampoco les
suelo dar pero
reconozco que hay una serie de gente que se busca muy bien la vida
haciendo teatro, música y mimo en la calle y por los que siento,
como no puede ser de otra forma, un respeto muy
profundo. El
caso es que esta sociedad hipócrita y de origen judeocristiana que
busca paliar una necesidad urgente antes que
extirpar completamente la pobreza de la faz de la tierra es el
perfecto terreno abonado para esos desaprensivos que, engañando a la
gente, actúan impunemente en nuestras plazas, a la salida de las
iglesias o en las puertas de los supermercados pidiendo, de manera
completamente organizada, apelando
no sólo a ese tipo de sentimientos de pena más repugnantes que
habitan en nuestra consciencia sino, además, exhibiendo un puro
teatro y una
parafernalia de pobreza que recuerda a los momentos más tristes de
la historia reciente de la España posfranquista y que habitan en
nuestra memoria como fotos en blanco y negro. Me refiero a esas
mafias organizadas que explotan principalmente a personas de origen
extranjero, del este de Europa y cuya nacionalidad que nos viene
siempre a la mente es la rumana, y que nunca llegaré a comprender
por qué nadie hace nada no en contra de estas personas, que en el
fondo son víctimas, sino de los malnacidos que les
esclavizan,
les secuestran el pasaporte y los cargan de una deuda completamente
falsa para explotarlos en una suerte de mendicidad que a la policía
y a la casta política que nos gobierna les debería de dar vergüenza
que exista.
Quien tenga un poco de
perspicacia notará que detrás de esta gente de la Europa del este
que piden en
los mejores sitios
de las islas hay una banda organizada a la que, sin duda, deben algún
tipo de favor que hasta debe pasar por su vida y que tienen una
infraestructura organizada detrás que pasa por dejarlos en los
lugares donde piden a primera hora de la mañana, tienen sus
teléfonos móviles y llevan mochilas donde van guardando el dinero
para parecer que son unos desgraciados, que no tienen nada y que
nadie les ha dado un euro en todo en día a pesar que deben de
conseguir mucho dinero al día porque si no, simplemente, este
negocio no existiría. Quién quiera una pista para empezar a
trabajar aquí la tiene: sobre las nueve de la noche las personas que
ejercen la este tipo de mendicidad en el casco histórico de San
Cristóbal de La Laguna se reúnen en la parada de Trinidad del
tranvía para ir en éste en dirección a Santa Cruz. Si uno es capaz
de darse cuenta de esas cosa por qué no, por ejemplo, la policía
nacional deja de chulearse paseando, sin hacer nada productivo, por
el casco peatonal con los coches que pagamos todos gastando una
gasolina que debería ser sagrada y se ponen a intentar ver qué hay
detrás de toda esta basura.
Lo
único que yo les puedo reprochar a la gente que ejerce este oficio
tan indigno es la voluntad que tienen, muchas veces son muy pesados,
de engañar a la gente que les da unas monedas y que pueden tener muy
buena voluntad pero que, tristemente, nunca se han planteado el por
qué de este fenómeno y que no entienden que si les dan dinero
mantienen un negocio francamente repugnante y que, como no puede ser
de otra manera, no enriquecen a los que ejercen la mendicidad sino a
los miserables que los explotan. En el fondo a estas personas las
entiendo y las disculpo pero jamás ni entenderé ni llegaré a
disculpar a aquellos políticos, mandos judiciales y policiales que
permiten que se trafique con seres humanos y que no son capaces de
hacer nada para acabar con esta lacra porque parece, esperemos que
no, que tienen algún tipo de interés en que esta situación siga
existiendo porque, quién sabe, viendo esta España en sobre son
hasta capaces de haber estado sacando algún beneficio económico en
todo ello.