07 enero 2013

Telefónica para Rato



Hubo un tiempo en el que Telefónica era la empresa española de los grandes números: sumaba muchos millones de abonados en todo el mundo, se expandía allí donde había mercados cautivos como en Sudamérica, Europa del Este o Asía y mucha gente ganaba muchísimo dinero especulando en bolsa como cuando salió al mercado aquel portal fantasma que ya nadie sabe nada de él y que se llamó Terra. Era la época en que la empresa era gobernada por el amigo de pupitre del expresidente Aznar Juan Vilalonga, designado digitalmente por aquel, para privatizar por completo la compañía y desviar el valor de ésta hacia las bolsas y no hacia el servicio de las telecomunicaciones. En España también la compañía era la empresa de los grandes números y con un monopolio brutal mantenía millones de abonados con precios abusivos que, en muchos casos, se han mantenido con la entrada de la falsa competencia de otras operadoras con las que, indefectiblemente, no se ha dudado en pactar precios por supuesto siempre a la sombra. Sin embargo, el salto exponencial de este empresa multinacional española ha sido en los primeros años del siglo XXI con la presidencia de César Alierta, otro designado digitalmente por el oligofrénico de Aznar y que ha sobrevivido a tres presidentes de gobierno, pues la empresa ha pasado de tener como objeto social las telecomunicaciones a convertirse en la mayor charcutería de España y donde se espera que pronto el 1004 atienda pedidos relacionados con el chorizo y la casquería.
Prohombres como Eduardo Zaplana, el imputado yerno del Borbón Iñaki Urdangarín o el imputado Rodrigo Rato, que se fue con el culo al aire del FMI por sus bochornosas previsiones a Bankia de cuya dirección dimitió después de dejar un agujero de 40 mil millones que pagaremos todos los ciudadanos víctimas del rescate, han llevado a esta empresa a la situación que ahora atraviesa de pérdida de liderazgo en su sector porque su perfil no es el indicado para el negocio sino que estos fichajes se enmarcan en el mero pago de favores prestados. Algo así sucedió cuando Gas Natural fichó a un personaje tan siniestro como el expresidente Felipe González como consejero independiente o cuando Endesa fichó al falangistas expresidente José María Aznar como asesor para Latinoamérica y cuyas incorporaciones a las infladas plantillas de directivos zánganos no se entienden tanto como por la influencia política de estos personajes pudieran tener sino como el pago de favores a cuenta de la casa por los servicios prestados en otro tiempo. Que Telefónica anunciara el fichaje del imputado Rodrigo Rato, el exministro que fue un gran actor en la privatización de esta compañía precisamente, un viernes 4 de enero por la tarde cuando la gente estaba concentrada en las últimas compras navideñas demuestra que la compañía, ante todo, sentía una vergüenza ajena muy grande con respecto al asunto. Como fuera tenían que darle un sueldo al imputado Rato de una manera impepinable y por órdenes muy de arriba pero parece que la gestión política, y en este caso empresarial, se ha convertido en estos últimos años en una gestión de la comunicación de las malas noticias a la ciudadanía considerada con la carga peyorativa, en este caso, de clientes o consumidores.
No sólo es que el imputado Rodrigo Rato, el mayor delincuente financiero de la historia de España que deja a Mario Conde que ha estado muchos años en la cárcel como un mero timador de la estampita, se va a ir de rositas, como parece que va a ser el caso, sino que, además, se vaya a llevar un pastón a fin de mes por representar a una empresa tan ligada al abuso sobre millones de consumidores de todo el mundo es la mayor de las infamias que los millones de afectados por esta crisis hemos tenido que soportar en nuestras caras hasta el momento. La misma clase económica, política y social que hundió a España en el fascismo y en la pobreza más absoluta durante más de cuatro décadas tras la guerra de 1936, aquella casta que Franco alimentó como buitres y que cuando dejó todo atado y bien atado se hicieron demócratas de toda la vida para seguir en el juego, ha sido la que nos ha llevado hasta esta debacle de carácter moral, social, política y económica en la que nos encontramos. Los asesinos que gobernaron este submundo llamado España tras la Guerra Civil han muerto ya en la mayor de las impunidades y, por lo que parece, una nueva versión del repugnante borrón y cuenta nueva que significó la Transición se está poniendo en marcha con el objetivo que los culpables de lo que está pasando ahora queden, de nuevo, en la impunidad más absoluta volviendo a repetir la historia una y mil veces si fuera necesario.
Yo no confío en la justicia y creo que el juicio que se está celebrando en la Audiencia Nacional sobre el Caso Bankia es una farsa en toda regla que más tarde o más temprano se acabará por archivar porque los culpables de esta gran estafa colectiva llamada España, la economía española ha vivido muchos años en una burbuja inmobiliaria creada por la ley del suelo del imputado Rodrigo Rato, ni van a tener el castigo que se merecen ni, mucho menos, van a pisar la cárcel. El juez Fernando Andreu puede que tenga la mayor de las voluntades del mundo para que los 33 delincuentes imputados en la causa paguen con la cárcel lo que han hecho pero, tristemente, sólo hay que recordar el calvario que se le hizo pasar al malogrado Baltasar Garzón que fue separado, de la manera más canalla del mundo, de la carrera judicial por parte de sus compañeros de la extrema derecha. La separación de poderes entre el poder político ejecutivo y el judicial, que tanto reclaman los jueces cuando hay algún tipo de intromisión que les desagrada, no existe en la realidad y la clase judicial, en su mayoría, es una clase untada y mezclada con la clase política que es la que les da su sentido más absoluto. Ruiz Gallardón es un ser completamente infame, muchos lo alababan como el gran progre del PP antes de ser ministro pero hay quienes veíamos su lado siniestro cuando se hacía pasar por un moderado, pero tenía razón en una cosa: el poder judicial está básicamente enfadado con él y con el gobierno del PP porque les han recortado el sueldo, los días libres y porque ahora algunos jueces tienen que pagar 50 euros en los parking de sus juzgados antes que por otra cosa. Los trabajadores de la sanidad de Madrid han estado cinco semanas en lucha dejándose sus nóminas en la batalla defendiendo la sanidad de millones de personas pero los jueces por lo único que se les ve unidos es por puro corporativismo. En este tiempo lo han demostrado no sólo callando mientras los demás nos veíamos atacados hasta que han hablado porque lo suyo ha sido mermado sino que, además, lo han demostrado con muchas sentencias que lo que hacen es defender el estado de cosas vigentes, a pesar de saber que son injustas, porque la confrontación no les conviene. Sé que algún juez decente, que los habrá no digo que no, pudiera sentirse ofendido con estas palabras pero es lo que vemos por sus acciones una gran parte de la ciudadanía: que están al lado de los poderosos y que, en el fondo, no va a haber nunca una justicia digna para la mayoría de la gente corriente. No hay más que recordar la actitud de Carlos Dívar completamente alejada de la realidad social mientras se iba de fin de semana caribeño con su guardaespaldas y amante a hoteles de lujos a costa del ciudadano. En este sentido no va a haber cárcel para Rato, ni para muchos imputados por Bankia ni una sanción decente para los 63 políticos querellados por Democracia Real Ya que cobran 1.800 euros en dietas por vivir en Madrid aunque tengan casa propia como hace una astuta como Ana Oramas. En el estado de shock  en el que vivimos la opinión pública tragará lo que haya que tragar como estamos tragando que el imputado Rodrigo Rato vaya a ser consejero para Latinoamérica y Europa de Telefónica.
En Internet hay una petición para que César Alierta cese al imputado Rodrigo Rato que, como no debe ser de otra manera, se agradece pero que se queda tímida en comparación a las soluciones de orden radical que nuestra sociedad necesita. La justica está cara y con mis palabras no quiero cometer ningún delito expresando lo que siento para verme en manos de los jueces injustos a los que más arriba me he referido pero para esta situación no caben ni parches ni soluciones parciales sino revolucionarias y radicales y que, sobre todo, pasen por las vías que se entienden normales.
Canarias 24 Horas, 7 de enero de 2013.