Mentiría
si digo que soy el mismo que aquel que se nutrió en muchos años del siglo
pasado de las canciones y las letras de uno de los grupos ingleses que más
admiro, y que creo que son fundamentales para entender muchas cosas no sólo musicalmente
hablando, como fueron The Clash
aunque una de mis obsesiones sea mantener la coherencia con lo que he sido.
Asumiendo que muchas posturas radicales fueron una pose de los chicos de
Londres, con un fondo burgués inevitable en el negocio de la música, creo que
The Clash es una de las bandas más importantes que han existido y que, a golpe literal
de guitarra, ha sido de las más influyentes de la historia de la música popular
contemporánea. Cuando la semana pasada vi por la red las revueltas juveniles en
Londres y no pude evitar recordar uno de los temas estrella de esta banda, London Calling, sobre todo una de las
estrofas de esta canción Now war is
declared and the battle come down. Sin embargo las revueltas que durante
casi cinco días sembraron el pánico en la ciudad de Londres, a un año justo de
las olimpiadas que se celebrarán allí, no tienen nada que ver con la radicalidad
expresada por The Clash. Es más, a
los jóvenes adolescentes que al toque del chat de las Blackberry quemaban
almacenes, saqueaban tiendas de Nike respetando las librerías y agredían a la
policía no les debe sonar de nada este grupo. Sus protestas se han basado en un sentimiento de exclusión no de un
sistema social justo e igualitario sino de un sistema ultraliberal de consumo asentado
en este país desde hace décadas, sustentado, promovido y envilecido tanto por tories como por laboristas desde los gobiernos de la infame Margaret Thatcher.
Sin
embargo estas revueltas significan algo muchísimo más importante que un
problema de orden público, que se arreglarían según un desvergonzado Cameron
que tardó tres días en suspender sus vacaciones con una mayor presión penal,
porque son una muestra de la grave desestructuración social y económica que
existe en el mundo, cuyo paradigma bien puede ser Gran Bretaña, y que seguro
que no se van a quedar como la mera anécdota de estas semana en los barrios de
las afueras de Londres. Significan un fracaso rotundo del los sistemas de
protección sociales británicos que en tiempos de miseria abandona a los
desprotegidos, del sistema educativo que ha creado y sigue creando jóvenes
violentos que pueden luchar por unas zapatillas pero que ignoran la fuerza del
grupo para conseguir mejoras colectivas pero, sobre todo, es un fracaso patente
que surgen en el mundo más desarrollado de las vías ultraliberales impuestas a
millones de ciudadanos de todo el planeta desde los primeros años ochenta del
siglo XX y que hasta nuestros días se han considerado dogmas inexorables que
hay que mantener a base de exprimir mucho más el jugo a los ciudadanos. Estos
problemas que ha tenido estos días el gobierno británico no se van a solucionar
con más policía, una policía británica que pasa muy malos momentos con la
corrupción de algunos de sus altos cargos por el caso de News of the World ni contratando asesores yanquis que llegan con la
receta de la tolerancia
cero, ni con los juicios instantáneos que se están celebrando a los autores
de las revueltas sociales en los barrios de Londres. El malestar en la sociedad
británica va a seguir de manera latente y habremos de ver, desgraciadamente,
como estas revueltas sin un sentido radical se van a volver a repetir de una
manera u otra pues el problema de la marginalidad sigue latente y en esto
ninguno de los dos partidos británicos, que ejecutan las mismas políticas
liberales, quiere darse cuenta.
En
España hemos visto estos últimos meses un movimiento cívico y nada violento,
más bien la violencia la han impuesto las policías que controlan CiU y el PSOE,
enmarcado en las grandes manifestaciones cívicas que el pasado 15 de mayo
recorrieron nuestras calles a una semana vista de las elecciones locales. Amplios
sectores de la casta agraciada de políticos del PP, PSOE y CiU, y los medios
que controlan la ultraderecha y la TDT
Party, se han dedicado a enmierdar este importante movimiento social al
tiempo que los grandes medios de Prisa lo ninguneaban en sus portadas. Y es que
se han dado cuenta de la importancia de este movimiento que, con toda su fuerza
pero también con sus carencias como la falta de radicalidad de algunos de sus
planteamientos, ha venido para quedarse entre nosotros en vista que la clase
política manipula las instituciones a su antojo para salvaguardar los
beneficios de los más poderosos. Sin embargo en España se puede acabar con
estallidos sociales menos pacíficos, y más deleznables, en espera a que un
detonador los haga echarse a la calle como ha sucedido estos días en Londres.
Tenemos todos los ingredientes para que ello ocurra: unos partidos políticos
anclados en un sistema de privilegios que sume a la ciudadanía en la pobreza,
una ultraderecha católica que se jacta de su poder amparada por amplios
sectores del PP cuando no se confunden con este partido, unas tasas de pobreza
y paro insoportables, discurso xenófobos y racistas que se encuentran en
partidos como el PP o PxC sin que los jueces les apliquen la ley de partidos
para ilegalizarlos, uno excluidos que ansían volver a los niveles insoportables
de consumo que han fragmentado esta sociedad y una corrupción generalizada que
como metáfora viste con los trajes de Francisco Camps.
En
mi opinión esta década de los años 10 de este siglo XXI va a ser recordada no
sólo por la tremenda crisis económica que nos ha tocado vivir, la mayor tras la
Segunda Guerra Mundial con dos grandes desplomes de los mercados financieros en
un periodo de tres años, sino por las revueltas que hemos visto en todo el
globo durante este 2011 y que lejos de apaciguarse, y ser tan productivas como
la primavera árabe o la de los indignados
en gran parte de Europa, cabe que continúen en el tiempo no con vocación
constructiva sino con el fuego y el terror que hemos visto estos días en
Londres y que han significado muchos destrozos, terror entre la población y 4
fallecidos. Vivimos en una sociedad con una violencia latente que a poco que se
haga se destapa. Si pensamos en que en la historia los grandes cambios sociales
que se han dado han estado marcados por la barbarie, en este sentido hay que
temer más a los terroristas radicales católicos como el noruego Anders
Behring Breivk que a los tan traídos árabes, que las perspectivas a las que nos
enfrentamos no son muy halagüeñas. Esperemos que entre tanto terror que se vislumbra
haya más islas de diálogo porque si no iremos mal.
Sony
compró CBS Records en 1988, cuando ya The Clash se había disuelto, y con esta
compra se hizo con los derechos del grupo que ha sabido gestionar sacándole
valor como muy bien han sabido hacer las disqueras de todo el mundo: que la
gente paguemos tres, cuatro y hasta cinco veces por la música que nos gusta
según el formato vigente en la época. Precisamente en la era del no formato Sony, y con ella la música
independiente que se hace en Inglaterra y que suele ser la industria puntera
donde luego todos los músicos se acaban mirando, ha recibido uno de los mayores
palos de las revueltas londinenses pues ha perdido por el fuego sus almacenes
de las afueras de la ciudad donde guardaban el material escaso que muchos
grupos de calidad pueden permitirse. Toda una paradoja de la barbarie a la que
nos encaminamos si los ciudadanos no somos capaces de crear vías más tolerantes
y democráticas de expresar nuestro descontento pero, sobre todo, que los que
nos están ahogando ahora mismo suelten la presión que ejercen sobre nuestras
gargantas.
Canarias 24 horas, 15 de agosto de 2011.