Hubo una época en que este mal llamado proceso de Construcción Europea se lo miraba con buenos ojos desde ciertos sectores más o menos intelectuales y con ello muchos lo veíamos a través de sus gafas. Ante los crecientes e irracionales brotes de ultra nacionalismo en la zona de los Balcanes una estructura supranacional como la Unión Europea venían a suponer una cierta confianza en el sentido que en ellas podía ser posible, aunque pudiera ser paradójico, que los intereses locales se defendieran mejor tras establecer dependencias en estructuras federales alejadas de los tiranos locales. No dudo que esto pudiera ser así pero había un factor que a muchos en aquellos días se nos escapaban ya que por entonces el capital se globalizaba y con ello la dependencia de las estructuras locales se hacía algo ajeno a los ciudadanos que hemos acabado siendo el punto más débil de las redes de la economía global.
En estos días la Unión Europea, como ejemplo de creación de macro estado con tendencia a leviatán por sus formas antidemocráticas de legitimar su poder, ha dado mucho qué hablar. La aprobación de la semana laboral de las 65 horas por el consejo de ministros europeo o la directiva contra la inmigración, se la conoce como la directiva de la vergüenza, han servido para avalar la tesis de que las instituciones europeas, están, hoy más que nunca, completamente alejadas de los sentimientos y las necesidades de los ciudadanos. Resulta curioso la diferencia entre la propaganda a todo trapo que se hizo de la fracasada Constitución Europea, en los suplementos dominicales se regalaba una copia de ésta o en que en una cantidad importante de estados se sometió el texto a referéndum ciudadano, y el Tratado de Lisboa que, en muchos aspectos, trata de ser el mismo texto liberal y que se ha intentado sacar adelante con la ratificación simple de los parlamentos soberanos. El no de Irlanda al Tratado de Lisboa, ¡en el único referéndum que se ha celebrado en los 25 estados miembros sobre este tratado!, han servido para muchos ciudadanos una excusa al pataleo ante tanta imposición antidemocrática y totalitaria de una Europa que, hace algún tiempo, se ha vuelto de lado de los mercaderes y de los lobbys de las infraestructuras que pululan por Bruselas.
Hasta Canarias llegan estos grupos de presión. Si cualquiera en el archipiélago se puede dar cuenta, con un poco de conocimiento sobre el tema, lo perjudicial que ha sido para las islas el actual sistema económico canario, el REF y en especial el desvío de dinero público por las grandes empresa que no lo pagan en impuestos hacia la Reserva de Inversiones RIC, se supone que unos técnicos experimentados como los burócratas europeos lo deben de tener más claro. Sin embargo no sólo permiten este atraco sino la RIC se prorrogó a pricipios de 2007 por unos seis años más actuando, sin duda, como cómplices de los poderosos de las islas. Ahora en Canarias, socialistas incluidos, se planea la manera de pulir este dinero fuera de las islas, cuando la ley dice que estos dineros no pueden salir de ellas, en lugares como África no para ayudar al desarrollo sino, probablemente, para profundizar en éste. Y es que la estrategia plañidera que con las instituciones españolas y europeas despliegan los caciques canarios situados preferentemente en CC ha servido para que las islas sean consideradas como regiones ultraperiféricas en ambos textos, Constitución y Tratado, en base a mirar a las islas desde un punto de vista peyorativo y acomplejado. Políticos más inteligentes, y que no vivan de la comisiones que generan las subvenciones europeas, hubiera aprovechado de manera positiva las condiciones climáticas o la posición geográfica del archipiélago como un valor económico altamente positivo más que como una dificultad para negociar así un sistema económico más justo, sostenible y mejor repartido. Lo malo de estas cosas es que cuando algún día se quiera, como pasa en el amor cuando hemos retenido a una pareja a nuestro lado a través de la pena y la compasión, establecer unas relaciones políticas de igual a igual, con la dignidad que el archipiélago merece, no nos harán caso.
Creo que la creación de una estructura posnacional como la que cabria en todo el grueso del Continente Europeo, con sus excepciones y especificidades, no es una mala idea en sí. Lo terrible del caso, lo que hace que cada vez más una parte importante de la ciudadanía la rechace, son las formas nada democráticas de sus construcción y la lejanía absoluta de los ciudadanos. Necesitan de nosotros para que el ideal de unión funcione pero con estas formas cada vez más seremos los que nos opongamos a sus imposiciones. Y no es de recibo que en las islas muchas cosas han ido bien porque han existido unas normas europeas que impiden ciertas cacicadas a las que por aquí estamos acostumbrados. Mientras, la gente se irá girando de nuevo hacia lo local, muchas veces de manera radical con lo que de peligroso que eso supone.
Canarias 24 Horas, 16 de junio de 2008.