Las manifestaciones son, ni más ni menos, que muestras, como si fueran radiografías médicas, que sirven para evaluar un momento o un sentir determinado de la sociedad o de parte de ella. Luego éstas pueden estar organizadas con más o menos mala intención, pensemos en las que le gusta montar al PP y a la conferencia episcopal como buena ultraderecha que son a base de bocadillos y guaguas para traer a todo dios hasta Madrid, y pueden expresar o no buenos sentimientos o causas justas. En este sentido las convocadas por
El partido popular, pese a haber exigido un cambio de los lemas de las dos manifestaciones y haberse hecho esto, no acudió a ninguna argumentando las excusas más torticeras que se hayan dado nunca en la historia de la democracia reciente. Sin duda el PP no desea el final del terrorismo de ETA porque todo el discurso que han montado después de los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004, que ha consistido en un feroz ataque al PSOE con cuestionamientos de su legitimidad para gobernar incluidos, está configurado en torno al terrorismo de ETA y en hacer creer, todavía de manera tristemente tenaz, que aquéllos estuvieron organizados por los separatistas vascos y no por radicales islámicos. Si ahora el terrorismo desapareciera de la sociedad española el partido popular se quedaría totalmente vacío y sin discurso y hasta Ángel Acebes que siempre tiene una respuesta mentirosa y cínica para todo, y cuyos asesores deben de ser miembros honorarios de la secta esclavos de cristo como él, se quedaría mudo.
Lo que ha sucedido la semana anterior al sábado 13 referente a las disputas por los lemas de las manifestaciones para incluir al PP y excluir a Batasuna ha sido algo realmente patético. Batasuna ha tenido tiempo y se le han dado miles de oportunidades para desmarcarse de ETA y pedir que acabe el terrorismo, sobre todo después del atentado del 30 de diciembre en Barajas. Sus dirigentes no lo han entendido así y se han acabado auto excluyendo del proceso de paz y de la mayor parte de la sociedad a la que dicen pertenecer. Probablemente muchos de sus militantes que quieren que acabe el terrorismo deben estar muy decepcionados con la dirección por esto mismo. Además a la marcha que en principio había sido pensada por
El peso de la inmigración es tan fuerte en España que no sólo ésta ayuda a que el PIB crezca por encima de la media europea, que la población aumente, que se evite el peligroso envejecimiento al que el país estaba abocado, que hayan más cotizantes a la seguridad social y que sus impuestos sirvan para pagar la sanidad o la educación sino que, además, están muriendo en atentados porque la basura que se dedica al terrorismo busca sólo presas fáciles y atentados de impacto mediático. El 11 de marzo murieron por las bombas de Al-qaeda en los trenes de Madrid 6 trabajadores ecuatorianos y en este último atentado de ETA cayeron dos personas de esta comunidad. Unas víctimas que vienen a trabajar a España como salvación a las penurias y al hambre que pasan en sus países y que como es el caso de uno de los asesinados por ETA, que trabajaba en Valencia, toda una familia dependía en el Ecuador del dinero que este hombre mandaba y que se ganaba trabajando honradamente todos los días de la semana. Estas son unas víctimas que, lo más seguro, la ultraderechista formación AVT rechazarán porque en el fondo no son de su clase y por eso no les invitan a sus concentraciones en donde se exhiben todo tipo de simbología fascista y se gritan consignas nazis.
Mirando los antecedentes de otras protestas por el estilo en Madrid la manifestación del 13 fue bastante reducida: parece que habían como 175 mil personas. Sin duda toda la polémica suscitada los días antes y el enmierdamiento que el PP lleva haciendo sobre la vida pública estos casi tres años han podido más en los ánimos de la gente que todas las ganas de protestar. Además los organizadores, la asociación de asociaciones de ecuatorianos gestionada con humildad y buen hacer por Santiago Morales un indígena que viene de la lucha social en su país y que huyó hasta España por persecuciones políticas, no tenía la capacidad de Esperanza Aguirre o de Gallardón para fletar guaguas y traer manifestantes de toda la geografía española como suelen hacer en connivencia con los obispos cuando hay que protestar porque la familia está herida, según estos falsos guardianes de las buenas costumbres, cuando se reconoce el derecho a que dos personas del mismo sexo se puedan casar.
El éxito o no de una manifestación es siempre relativo, se pueden dar siempre argumentos a favor en contra de una de las dos posturas. En Canarias sabemos muy bien de esas cosas cuando en Tenerife ha habido cada noviembre de los últimos tres años manifestaciones en contra de la construcción del puerto industrial de Granadilla que han tenido una media conjunta de 70 mil personas y han recibido un silencio mediático escandaloso mientras que otra que pedía una ley de residencia para el archipiélago, y que era apoyada por la ultraderecha fascista, llenó páginas y horas de televisión y radio. El caso es que en el sistema de cosas actual una de las pocas fórmulas que nos dejan a los ciudadanos para participar activamente en un sistema cuestionablemente democrático es la de manifestarnos de forma libre en las calles. De seguro que si las personas pudiéramos intervenir más directamente en la vida política, y no delegando en personajes como un Zapatero que por su buen rollito ha perdido una oportunidad única de acabar con ETA al estar más pendiente del PP que de abrir el dialogo y de un segundón manipulado por Aznar como es Rajoy que cada vez que habla escupe mierda, el tema del terrorismo vasco ya se habría acabado hace mucho tiempo porque los ciudadanos estamos más preocupados por vivir mientras que los políticos lo están por sacar rentabilidad a todo lo que hacen.