El siguiente artículo, que reproducimos a continuación, fue publicado como una Carta al Director en el diario El País el miércoles 30 de octubre de 2002. En él hablaba de la hipocresía que resulta el cambio de horario de invierno y verano en una sociedad que venera el despilfarro y el derroche y con el que sólo se pretende hacer un mero parcheo de lo que en realidad habría que hacer: un cambio radical en el modelo energético a nivel mundial.
Este domingo 29 de octubre, cuatro años después, los relojes de los países de
En la foto se puede ver una de las miles de farolas que en Canarias no cumplen ningún tipo de norma de eficiencia energética y que hacen que la mafia Unelco-Endesa se forre, literalmente, a costa del dinero de los canarios. Contra empresas como estas es contra las que habría que legislar, expropiar y expulsar de nuestro territorio y no hacer, como desearía el sector de la ultraderecha de coalición canaria que lleva años beneficiándose de sus prácticas monopolísticas, leyes de residencia para el control de la emigración cosa que no servía de nada porque todos sabemos que lo que habría que hacer es enfriar la economía si se quiere controlar la inmigración.
Resulta de una clara hipocresía para una Europa que ha asumido en todos los sentidos las desgracias de la economía ultra liberal que haya que soportar dos veces al año un cambio horario con la excusa que se ahorran 66 millones de euros en un país como España a causa de un menor consumo energético. Digo ridícula en comparación a otros dineros que se malgastan como puede ser el destinado a armamento, el que la administración paga por usar programas de ordenador de una conocida multinacional del software en lugar de utilizar los de código libre, el de los gastos de representación de los políticos, en subvencionar proyectos, cursos o empresas que luego resultan ser un fraude o el que se emplea para construir infraestructuras con dinero publico para que luego beneficie a sectores privados como el de la construcción o el de la distribución sólo por citar simples ejemplos de la irracionalidad a la que ha llegado nuestro sistema. En estas democracias liberales, da lo mismo que gobierne la derecha o los socialdemócratas, el dinero se ahorra sobre la base de perjudicar a los ciudadanos. Se recortan los gastos de la sanidad, de la enseñanza –es claro el caso del drástico descenso de las becas este año– o de los gastos sociales. Mientas se congelan prácticamente todos los salarios, menos los de determinados políticos o los de los directivos de las grandes multinacionales, y se bajan los impuestos sobre la renta aunque en realidad haya un aumento de la presión fiscal real porque se han subido los indirectos dedicados al consuno y que afectan a las capas de renta más baja de la sociedad.
El cambio de horario de verano en un mundo como el nuestro no tiene el más mínimo sentido. La mayor parte de la población mundial vive con menos de un euro diario y la mayoría de las personas del planeta no tienen acceso a la energía, a agua corriente o a las telecomunicaciones. No ahorramos realmente por ayudar a los países en subdesarrollo cuya gente vive en la miseria precisamente por la opulencia que nos venden en occidente como modelo de vida válido. Resulta un golpe más del cinismo de lo ilógico del sistema que se siga haciendo una práctica que en el contexto de los años 70 tenía sentido pero que hoy en día muchos expertos ponen en duda. Habrá que seguir viviendo dos veces al año los problemas derivados de la adaptación que el cambio brusco de una hora produce en el organismo humano. Esta es una manera más de recordarnos por las mañanas, cuando nos despertamos confundidos con qué hora puede ser, que los poderes fácticos no sólo tienen control sobre nuestro dinero sino también sobre nuestros cuerpos y mentes.
El País, 30 de octubre de 2002.